Actualizado el 21 febrero 2021 por Sinmapa
Intento recordar mi último viaje por Kerala, al sur de India, pero lo que me llegan son flashes en movimiento de algunos segundos aquí y allí, imágenes dispersas e inconexas. Quizá entendáis mejor mi confusión si aclaro que en 15 días he visto más de 12 ciudades y 8 playas y que recorrimos más de 1.300 kilómetros en varios medios de transporte: bus, tuk tuk, jeeps, casas-barcos y barcos normales. Así fue mi experiencia en el Kerala Blog Express.
Lo único claro en este momento es que el verde es el protagonista de esas memorias lejanas y tiñe el resto de recuerdos. Millones de hileras de plantas de té, playas fabulosas delineadas por cocoteros, gente viviendo su vida acostumbrada ya a los centenares de barcos-casas llenos de turistas que pasan frente a sus puertas enredadas en la naturaleza, muchos hoteles de lujo, comida picante, un café a solas en Kochi y tambores, muchos tambores.
Tendré que revisar las fotos para ver qué vi. Tendré que repasar mi cuaderno para ver qué hice y qué sentí. Me queda por digerir toda la experiencia. Pero por ahora os dejo con las primeras impresiones.
ÍNDICE DE CONTENIDOS
- 🔴 Así fue mi paso por el Kerala Blog Express en su 5º edición
- 🔷 “De esta agua no beberé”
- 🔷 Día 5 -o cualquier otro- del Kerala Blog Express
- 🔷 Kerala: God’s Own Country
- 🔷 Una mañana en las pantaciones de té de Munnar
- 🔷 Kerala, la ruta de las especias y su cultura milenaria
- 🔷 Colores y sabores de India
- 🔷 “Volveré y dormiré en un barco de esos…”
- 🔷 ¡Nos vamos a la playa!
- 🔷 Un café a solas se hace necesario
- 🔷 Hoteles al alcance de muy pocos
🔴 Así fue mi paso por el Kerala Blog Express en su 5º edición
🔷 “De esta agua no beberé”
Recuerdo cuando pasaba mis horas en los buses londinenses comiéndome libros como si fueran fruta fresca. Los devoraba con ganas y sin prisa, porque los trayectos eran largos y algo tediosos ya que las rutas me llevaban de la uni al trabajo y del trabajo a casa.
Hubo un libro en concreto que me quedó grabado en la mente, no por su profundidad ni por su riqueza de vocablario, tampoco por sus recursos estilísticos ni nada parecido. Lo recuerdo porque me hizo reír mucho. Ese libro se llama Rule Nº5: No sex on the bus (confessions of a tour leader) de Brian Thacker y básicamente cuenta las anécdotas de un guía turístico que recorre algo así como 11 países en 24 días con un grupo de 50 turistas de todas partes del mundo.
Más allá de la trama de ese libro, una de las cosas que me había quedado clara tras leerlo es que nunca quería pasar por esa experiencia. Pero como reza el dicho: “nunca digas nunca…” y ahí que me embarqué en un viaje en bus de 15 días –con sus noches- con 30 bloggers y 10 personas del equipo técnico (guía, cámara, video, presentadora, organización, conductor y ayudante, etc.) por el sur de India, para ser más exacta: el pequeño estado de Kerala. ¿
El objetivo del viaje conocido como Kerala Blog Express? Conocer el estado junto a la oficina de Turismo para poder descubrir las bondades de esta zona verde del país.
Quienes me seguís desde hace tiempo diréis: “pero si ya has estado en Kerala y hay varios posts que dan cuenta de ello”. Y cierto es, mis queridas lectoras –y lectores-, pero la realidad es que apurada por llegar a tiempo a mi curso de meditación Vipassana , en su momento no le dediqué a este pequeño estado el tiempo que hubiera querido y muchas zonas se quedaron en el tintero… como Munnar.
Aún así, y todo sea dicho, debería empezar una sección en el blog que se llame “cosas que nunca pensé que haría y sin emabrgo…” como por ejemplo aprobar el carné de conducir, aparcar a la primera en una calle madrileña, ir a un cruero, volar en globo, hacerme mechas californianas o hacer un tour en bus con más de 40 personas. Para todo hay una primera –y quizá última- vez.
🔷 Día 5 -o cualquier otro- del Kerala Blog Express
Sentada en el asiento 1B del bus esperé a que el resto de mis compañeros llegaran –de sus habitaciones, del desayuno, del baño, de la sesión de fotos para Instagram-. Ser puntual tiene sus ventajas pero también sus inconvenientes y el principal de ellos es que siempre te toca esperar. Tendríamos que haber salido hacía media hora, pero movilizar un gran grupo nunca es fácil. Ni ágil. Ni puntual.
Por el altavoz sonaba “Let me love you” de Justin Bieber que fue la banda sonora oficial del viaje y “amenizaba” (entiéndase el entrecomillado como momento sarcástico del post) mi espera –o las 6 horas de bus hasta nuestro siguiente destino- gracias a una lista creada con los “hits” del momento en el único USB disponible.
Fue en ese instante cuando recordé que me había jurado nunca ponerme a mí misma en esa situación y me pregunté por qué había decidido apuntarme a un concurso para, justamente, hacer esto.
La respuesta estaba del otro lado de la ventanilla. Kerala se desplegaba como una franja verde y tupida sobre el már arábigo que se alza sobre las colinas de especias y cuyos paisajes intermedios varían de selvas tropicales a ríos, lagunas, canales, calles limpias y gente sonriente… es decir, el “país” que cualquier Dios hubiera creado para sí mismo y que cualquier humano querría visitar una y mil veces.
🔷 Kerala: God’s Own Country
Dicen que si Dios –cualquier Dios- tuviera que hacerse un país para sí mismo lo haría lleno de palmeras cocoteras, con vegetación exuberante, con un mar cálido acariciando unas costas doradas y una tierra fértil donde pudiera crecer jugosa fruta llena de sabor y hojas aromáticas de las cuales hacer infusiones que cosquilleen el alma.
Llenaría la tierra de árboles de especias para que todo el país oliera a canela, pimienta, nuez moscada, cardamomo, jengibre y todo tipo de aromas que despierten los sentidos y obliguen a los habitantes y visitantes a estar siempre despiertos, presentes.
Crearía este jardín de especias no solo para dotar de riqueza y sabor a la gastronomía local, sino que además lo haría para proveer de productos para mejorar la calidad de vida de las personas, como lo hacen en la medicina tradicional ayurvédica, que vio su nacimiento en estas tierras.
Dios crearía una tierra, además, bendecida por el clima cálido, donde el sol brillara prácticamente cada día del año –a pesar de las lluvias monzónicas-, las plantas pudieran crecer a su antojo y las personas no tuvieran que agazaparse en sus casas para resguardarse del frío -que es muy antisocial-.
Al contrario, sería un país de puertas afuera creando así un sentido de comunidad muy fuerte entre sus habitantes. Crearía así un país con gente amable y sonriente, para no tener un día triste en su vida.
Si Dios hiciera un país para vivir eternamente en él, lo dibujaría con líneas de agua para que desde el aire pareciera una obra de arte y a ras de suelo un laberinto infinito del cual nadie querría salir. Y así es Kerala, y su eslogan lo dice todo: “God’s own country” (el país de Dios).
🔷 Una mañana en las pantaciones de té de Munnar
Recuerdo el trayecto: largo, curvilíneo, nauseabundo de a ratos. Escalar las colinas hasta los más de 1500 metros donde se asienta Munnar en un bus no fue tarea fácil, ni para el conductor ni para los más de 40 pasajeros que intentábamos que nuestros estómagos no sacaran el desayuno por la boca. Esas sensaciones de mareo se mezclaban con la excitación de las vistas por la ventanilla.
El paisaje iba tornando de cocoteros a una selva tropical tupida, con alguna cascada y varios monos sentados al borde de la carretera para ver pasar el tráfico. Fueron varias horas de viaje y no llegamos a nuestros respectivos hoteles hasta el atardecer, pero intuía que el camino había valido la pena.
Una vez más, aquella mañana el punto de reunión era el bus. Esperas. Cuento de cabezas. Aún faltan cuatro personas. Llegan cuatro personas y vuelven a contar cabezas.
Oh! espera, falta alguien… y así hasta que completamos el bus. El trayecto esta vez fue más corto, porque nos dejaron a unos pocos kilómetros del hotel, donde nos esperaban unos jeeps para poder adentrarnos en las plantaciones de té que hacen tan famosa a esta localidad.
Colgada como un mono de un lateral del jeep –hay que aprovechar a hacer las cosas que todos queremos hacer pero en nuestros países no nos lo permite la ley- fui empapándome de la estampa que se descubría frente a mi: hileras e hileras de árboles de té perfectamente podados que desde la distancia parecían un gran acolchado que cubría la tierra.
El paisaje no solo era idílico, sino que daba una tregua al calor y a la humedad que reinaba en el resto del estado. La sesión de fotos –al mejor estilo instagrammer- no se hizo esperar y las cámaras empezaron a encuadrar pisajes monocromáticos e hipnóticos.
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Tuvimos la suerte de que esa mañana nos la dejaran prácticamente libre para caminar por esa zona y, no solo deleitarnos y reencontrarnos con la naturaleza, también para charlar con las mujeres que diariamente recolectan las hojas de té que luego son transportadas a la fábrica.
Estas mujeres llegan a recolectar hasta 100 kilos de hojas al día por las que les pagan poco más de 8us$ -aunque me aclaran que además le dan alojamiento y seguro médico-.
Esas mujeres, con surcos en la piel dibujados por el sol y una mirada discreta, nos enseñan su trabajo y hasta nos permiten inentar hacerlo nosotras. Es una tarea ardua, monótona y mal paga que me dicen que se hace más llevadera cuando la haces acompañada… y entre ellas claramente había mucha complicidad y risas.
🔷 Kerala, la ruta de las especias y su cultura milenaria
Seguramente conozcas –o te suene- la ruta de la seda, no? ¿Y qué sabes de la Ruta de las Especias? Quizá sea menos popular que la primera, principalemente porque la ruta de las especias se hacía en barco y hoy en día es más difícil emularla. Pero las especias son el “oro” de India y en especial de Kerala, que durante la edad media fue el epicentro para mercaderes y comerciantes que llevaban estos manjares desde oriente a occidente.
Este “traer y llevar” de especias por el mundo para satisfacer los gustos de los ricos europeos generó una gran prosperidad en las ciudades o pequeños pueblos portuarios, como fue el caso de algunas ciudades de Kerala, como Kochi.
Las especias estuvieron cotizando muy alto en la edad media no sólo porque condimentaban los alimentos, también ayudaban a conservarlos. Pero las especias también se utilizaban para realizar perfumes, como medicina, como tinte para la industria textil… ¡e incluso como afrodisíacos!
Los primeros comerciantes en la zona fueron los chinos –hasta el siglo XV- y de ahí que en zonas como en Fort Kochi y sus alrededores aún se vean las típicas técnicas de pesca chinas. Pero con la llegada de los árabes a la zona, estos monopolizaron las rutas comerciales ya que tenían contactos con Europa y África.
Para finales del siglo XV y principios del XVI, los portugueses llegaron a esta zona de la mano de Vasco Da Gama –quién creo una ruta marítima bordeando la costa africana- y comercializaron las especias en los diferentes continentes. Allí mandó a construir la primera fortaleza europea en Cochin para controlar las rutas tan codiciadas.
Pero en el siglo XVII los holandeses se hicieron con el poder en la zona hasta que los británicos los derrotaron. Gran Bretaña tuvo el dominio del estado hasta que en 1947 se independizaron.
Visitar hoy Kerala permite contemplar sus capas de historia a través de la mezcla de arquitectura que se puede admirar en las diferentes ciudades –con iglesias junto a sinagogas o templos hinduistas, palacetes con estilos portugueses u holandeses-, así como podrás encontrar restos de otras culturas en sus tradiciones más arraigadas.
🔷 Colores y sabores de India
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que ningún plato indio es insípido. Ningún plato indio es aburrido. Ningún plato indio es monocromático. India no se entiende sin colores y especias en su gastronomía y en Kerala pude degustar decenas de sabores nuevos… ¡de una forma nueva!
La mesa estaba dispuesta sólo con un vaso y una servilleta. Pensé que sería un buffett y que el plato lo recogería al principio de la línea. Pero no. Se acercó un camarero con una pila de inmensas hojas de plátano y colocó una delante de mi.
Unos segundos más tarde, sin mediar palabra, otro chico se acercó con una especie de cacerola y una espumadera y colocó una pequeña porción de una pasta amarilla en una esquina de la hoja de plátano. Tras él, llegó otro que colocó una especie de salsa roja a escasos centímetros de la pasta amarilla.
Durante más de cinco minutos se fueron acercando a mi diferentes personas creando una paleta de colores sobre el lienzo verde. Cuando finalmente llegó el arroz, miré a mi alrededor y entendí lo que tenía que hacer: ir cogindo con mi mano derecha un poco de arroz y mojarlo o acompañarlo con alguna de esas salsas o mezcolansas que tenía en mi plato vegetal.
Cada bocado era un descubrimietno, pero sobre todo, era una explosión de sensaciones –casi todas picantes- en mi boca. Aún me estoy recuperando de algunos de esos momentos.
Leí una vez –o alguien me comentó alguna vez- que comer con la mano sabe distinto. Y es cierto. No me pregunten por qué, porque no lo sé. Pero el sabor de la comida cambia si la comes con las manos o con cubiertos. No fue hasta el día 12 en que aprendí correctamente la técnica.
Antes de que me dijeran “el secreto”, más de la mitad de la comida caía torpemente sobre mi plato, o se deslizaba por mi mano hasta la muñeca –e incluso el antebrazo- por no contar las veces que caía sobre mi falda.
🔷 “Volveré y dormiré en un barco de esos…”
Con la mochila a cuestas y tras una noche en un bus, llegué con mi compañera Cris a Alleppey para abordar alguna embarcación que surcara los conocidos como Backwaters de Kerala.
Mi presupuesto mochilero de ese momento solo me permitió pagar el transporte público y miraba, como niña tras escaparate de chuches, los houseboats: “algún día volveré y pasaré una noche en uno de ellos”.
Los sueños a veces se cumplen, y una de las actividades preparadas en el programa del Kerala Blog Express era pasar una noche en estas embarcaciones que antiguamente –cuando las vías de transporte principal eran los canales y no las carreteras o las vías aéreas- se utilizaba para transportar mercancía.
Desde hace ya unos años que el medio de transporte preferido por los comerciantes es el terrestre, así que a los dueños de estas embarcaciones no les quedó otra que reinventarse. Y vaya que lo hicieron. Hoy en día estos houseboats son uno de los principales reclamos turísticos de la zona.
Aunque el medio de transporte principal del Kerala Blog Express fue el bus, hubo algunas excepciones, como en Alappuzha donde recorrimos muy lentamente algunos kilómetros por esos intrincados canales.
El encanto de estos backwaters es que te permiten ser testigo momentáneo de algunos instantes de la vida de la gente local, que utiliza los canales para lavar su ropa, fregar los cacharros, pescar, pasar la tarde con los pies en remojo o incluso darse un chapuzón. El ritmo en esta zona del estado indio es sosegado, casi estático.
Aunque este viaje tuvo lugar durante el segundo día del viaje –y quizá lo hubiera necesitado más hacia el final, para bajar las revoluciones- fue un comienzo que nos permitió ver un pantallazo de la vida local.
🔷 ¡Nos vamos a la playa!
Si hay algo que tiene Kerala de sobra son playas de postal. Por alguna razón los viajeros se concentran un puñado de ellas –como la popular Varkala-, dejando el resto de arenales casi desiertos para el disfrute de unos pocos afortunados, ¡entre ellos yo! (bueno, y mis 40 acompañanates de viaje)
Con sus casi 600 kilómetros de costa sobre el mar Arábigo, no es difícil deducir que Kerala es sinónimo de playas. Sabiendo que “Kerala” significa “tierra de cocoteros” tampoco es difícil imaginar qué tipo de árboles delinean estos inmensos arenales.
Yo conocía varias playas de mi viaje anterior, pero tuve la suerte de visitar ocho playas diferentes esta vez, y todas con un encanto especial.
Desde Kovalam, Marari, Kadappuram, Aadikadalayi o Payyambalam por mencionar algunas –mencionar es un decir, son impronunciables para mi esos nombres!- todas tenían algo que las hacía diferente al resto. Ya sea un promontorio, el color de sus aguas, el entorno, el juego de luces y sombras de los atardeceres o el ambiente en general.
Algunas estaban a los pies de hoteles de lujo, otras eran playas urbanas e incluso alguna un poco alejada del mundanal ruido. Sea como fuere, uno de los destacados de este viaje fue, sin duda, el tiempo que pasamos jugando en el agua, dejando nuestras huellas en la arena de las playas más bonitas del estado y catando atardeceres únicos.
🔷 Un café a solas se hace necesario
Viajo sola desde hace 20 años. Estoy acostumbrada a tomar las decisiones, moverme según mi ritmo y necesidades y dedicarle a cada espacio el tiempo que me apetece. El humano es un animal de hábitos y costumbres, por lo que pasar de viajar sola a hacerlo con otras 40 personas -y no teniendo el control sobre los ritmos ni actividades- me resultó algo más que difícil.
Ya llevábamos 14 días reocrriendo de sur a norte el estado de Kerala, haciendo una especie de zigzag de este a oeste y subiendo y bajando colinas. Llevaba 14 días y sus noches sin un momento para mi sola, para relajarme, descansar y desconectar.
Así fue que cuando llegué a Fort Kochi le pregunté a nuestro guía, el gran Manoj, si me permitía saltarme una actividad de la agenda (era una visita al palacio holandés, que ya había visitado 2 años atrás durante mi paso por allí.
¿Qué haces cuando finalmente tienes un par de horas a solas en una ciudad –insisto, después de 14 días y sus noches compartiendo tu tiempo con 40 personas? ¿Caminar? NO. ¿Ir de shopping? NO. ¿Aprovechar para tomar fotografías que el resto de tus compañeros no tendrán? NO. ¿Descubrir zonas que no has conocido en tu anterior visita? NO.
Mi planazo para ese par de horas a solas fue buscar una de mis cafeterías preferidas en la ciudad, sentarme y tomar un café con un pastel de chocolate y coco, sin prisa, sin agobios… sin socializar con nadie. Mi mente y mi cuerpo me lo llevaban pidiendo a gritos desde el día 2. Bastante aguanté.
🔷 Hoteles al alcance de muy pocos
Una de las ventajas de hacer un “blogtrip” es que por lo general te hospedas en hoteles de gran categoría que de otra forma quizá nunca hubieras visitado -no por no querer, ¡sino por no poder!. De esos que tienen piscina privadas en la habitación, que tienen jacuzzi o que los ammenities que te dejan en el baño son más selectos que los que te hubieras comprado tú.
La verdad es que si viajo sola prefiero hospedarme en hostales, porque me permiten conocer gente y tienen un ambiente más que distendido. Sin embargo, en estos viajes “de trabajo” –por llamarlos de alguna manera- me encanta que me mimen y conocer sitios que sé que yo no me podría permitir (como ese hotel en medio de la selva que cuesta 600€ la noche).
Pero más allá de que las habitaciones en las que me hospedé eran de revista de diseño o de Instagramer de luxury, con lo que me quedo son con los recibimientos en todos y cada uno de ellos. Desde un coco con mi nombre grabado, recimientos con tambores, el bindi –ese puntito que te ponen en la frente-, collar de flores, bailes tradicionales… y todo con sonrisas.
Quizá está quien me diga que a esa gente le pagan por sonreírme y quizá tengan razón. Pero hay algo que yo sé y que quienes no hayan recorrido el estado de Kerala por su cuenta no saben: que la gente de esta zona es así siempre. Dispuestos a darte la mejor sonrisa sin motivo alguno.
Por segunda vez en estos 15 días el cielo se había nublado. Me subí el bus para seguir la carretera costera desde mi hotel en Fort Kochi hasta el restaurante donde celebraríamos la cena de despedida del viaje. A mitad de camino comenzó a llover. Un cielo triste para un momento, si se quiere, difícil.
Las despedidas, más allá de cualquier circunstancia, siempre tienen un tinte melancólico. Cierran algo: un encuentro fugaz, un ciclo, una etapa de vida o incluso una convivencia intensa. Al llegar al restaurante que nos acogería para la cena nos recibieron con un despliegue de tambores que vibraban al ritmo de las gotas de lluvia que golpeaban el suelo.
De pie, dando palmas miré cómo el bus retrocedía despacito y sin ruidos hacia la salida y entendí que ese era el final. Me había parecido una experiencia de vida, de esas que enseñan fortaleza, paciencia y que te ponen a prueba todo el tiempo.
Ahí es cuando volví a recordar que me había jurado nunca ponerme a mí misma en esa situación y me pregunté por qué había decidido apuntarme a un concurso para, justamente, hacer esto. La respuesta estaba frente a mi.
Un grupo de personas de quienes aprender o con quienes aprender sobre mi misma y sobre la convivencia. La respuesta estaba también en mi memoria reciente, con esos paisajes verdes llenos de cocoteros, colinas cubiertas por plantaciones de té y especias; en la mirada de quienes veían pasar los houseboats por las puertas de su casa pregutándose que qué se nos habría perdido en esas latitudes.
La respuesta era clara: cualquier dios hubiera creado su país con estas características y cualquier humano querría visitarla una y mil veces.
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