Actualizado el 24 agosto 2020 por Sinmapa
Pienso en la Amazonía y automáticamente mi mente recrea una tupida y muy densa vegetación. Mi imaginación comienza como una película: con un plano secuencia de una vista aérea muy idílica de copas de árboles y algún que otro tucán surcando los cielos, luego va avanzando entre las ramas y voy visualizando monos y explorando una zona repleta de misterios, poblaciones aisladas, animales que nunca he visto…
Pero lo cierto es que adentrarme en el «pulmón del planeta» me genera sentimientos contradictorios. No es el destino final lo que me inquieta, sino el camino: ¡¿Tres días a bordo de un barco carguero!? ¿Habrá médicos a bordo?, ¿habrá comida suficiente?, ¿habrá algo vegetariano? ¿y café? ¿podré bajarme en caso de claustrofobia? Tres días completos… en serio? ¿Qué voy a hacer 3 días en un barco?
En La Boca, el puerto de Yurimaguas, mis preocupaciones, paranoias e incluso mi presencia eran secundarias. Irrelevantes. Ignoradas. La mototaxi me dejó en la entrada del puerto desde donde saldría el Gilmer IV, uno de los barcos cargueros propiedad de los hermanos Eduardos, los más conocidos en la zona. A través de la puerta de hierro el guardia de seguridad me preguntó si viajaba a Iquitos.
Asentí con la cabeza y con un gesto apresurado me abrió la puerta y me dijo que pasara. Caminé unos pocos metros esquivando camiones, coches, bolsas, paquetes y cajas que se apelotonaban en la pequeña área de tierra del puerto, frente al acceso al carguero. A mi lado pasaban hombres apresurados con inmensos paquetes a cuestas haciendo caso omiso a mi presencia. Estaba en las tripas de la más feroz y frenética actividad portuaria.
Levanté la vista y me encontré con la gran mole de hierro invadida por cientos de personas que, aunque de forma caótica, parecían saber exactamente lo que hacían y a dónde se dirigían. «Tres días arriba de esto? Desde aquí no veo botes salvavidas… ni señalización para una evacuación. Debería haber tomado un vuelo», pensé.
Un hombre se acercó a mi y me preguntó si viajaba a Iquitos. Le dije que si y me pidió que por favor fuera subiendo al barco, que ahí estorbaba el curso de lo realmente importante: la carga.
Bueno, no me lo dijo así, pero claramente me hubiera querido decir eso. Para los barcos cargueros las personas somos consideradas una «carga secundaria», por lo que si viajamos -o no- les da exactamente igual. Lo importante era no molestar a quienes subían los bultos al barco.
Entré por la zona de carga y subí unas escaleras que estaban un poco oxidadas y con restos de de lo que seguramente en algún momento fue una brillante capa de pintura blanca.
Llegué a la primera cubierta donde, para ese entonces, ya había unas 50 hamacas colgadas desde uno de los caños centrales alternativamente a babor y estribor con peruanos descansando, preparando comida, jugando con sus hijos o reorganizando sus bártulos, acompañados cada uno de ellos de su propia música.
Subí a la segunda cubierta a ver si había más sitio y me encontré con tan solo 8 hamacas ocupadas por extranjeros.
En ese momento se acercaron a mi dos chicas que me vendieron una hamaca, una cuchara y un tupper (todo lo que se necesita para la estadía) y me ayudaron a colgar mi nueva «cama».
Les pregunté por qué los peruanos estaban en la primera cubierta y los extranjeros en la segunda -intuyendo que tenía que ver con el importe abonado- y me dijeron que en realidad los peruanos preferían la sección inferior del bote y a los extranjeros les gustaba más la plataforma superior.
Sin mayores explicaciones se fueron y yo até mi mochila a una de la columnas de hierro junto a mi hamaca -aparentemente hay «piratas» que durante la madrugada, cuando el barco atraca en un muelle, suben a robarse las mochilas o pertenencias de los turistas- y me fui a explorar el barco: baños, cocina, pequeña tienda con víveres básicos, camarotes más pequeños que los famosos hoteles cápsulas de Japón…pero sin enfermería ni botes salvavidas.
En Yurimaguas empezaríamos a navegar por el río Huallagas, que es uno de los muchos afluentes del gran Río Amazonas.
El trayecto hasta Iquitos nos llevaría luego por el río Marañón -que bordea la Reserva Pacaya Samiria, una de las zonas más vírgenes de la selva que quedan en Perú- hasta que finalmente; ya muy cerca de mi destino, a la altura de Nauta, comenzaríamos a surcar las aguas del espléndido y caudaloso río Amazonas.
Cuando el barco se puso en marcha sobre las 2 de la tarde, pensé que ya no había vuelta atrás. Tendría que hacer frente a todas mis paranoias e intentar disfrutar del viaje. Me tumbé en mi hamaca y las nubes, con le mismo poder hipnótico del fuego, me cautivaron. Parecían más densas, blancas y formidables que las nubes que suelo ver en la ciudad.
El contraste con el celeste profundo del cielo daba la sensación de que eran pedacitos de algodón fácilmente alcanzables… solo tenía que estirar el brazo. Todas tenían formas claras y bien delimitadas.
Entre las muchas imágenes que encontré en las nubes puedo destacar: un conejito aullador, un osito teddy estirando una de sus patitas como si se estuviera ahogando en un mar de nubes, una rana, un cometa o barrilete, la cola de un escorpión, el muñeco de galleta de jengibre de la película Shrek y un pez que a medida que los vientos desdibujaban sus contornos lo transformaban en un dragón que se mordía la cola (analistas, ¡bienvenidos!).
Cuando volví a la realidad, me di cuenta de que había pasado cerca de 2 horas simplemente mirando el cielo. Me sentí pletórica.
Nunca había logrado ausentarme tanto de la realidad y acallar los cientos de miles de pensamientos y preocupaciones que siempre ocupan mi cabeza… y sin embargo ahí estaba: en un barco carguero de camino al bosque tropical más extenso del mundo sin hacer nada más que contemplar las nubes.
Es bueno poder distinguir esos pequeños momentos de felicidad plena. Este era uno de ellos.
Decidí presentarme a mis compañeros de ruta y eso parecía las Naciones Unidas (o un chiste malo): 2 alemanas, 1 francesa, 1 coreano, 1 norteamericano, 1 israelita, 1 australiano, 1 inglés y 5 peruanos miembros de la tripulación que habían decidido colocar sus hamacas junto a las nuestras.
Más tarde, sobre las 23h, al llegar a Lagunas, se unirían otros 3 extranjeros más de Nueva Zelanda. Como toda conversación entre viajeros de viaje, el tema que monopolizó la charla fue sobre viajes: los países y ciudades que habíamos recorrido, anécdotas e intercambio de consejos sobre destinos.
Honestamente yo no estaba muy «social», me gustaba poder alejarme de los otros viajeros y detener la mente y limitarme a disfrutar. Parece una tarea fácil, pero ¿alguna vez lo habéis intentado?
Simplemente ESTAR. Disfrutar. No pensar. Liberar la mente de todo pensamiento y conectar con tu cuerpo y con el entorno. Para mi era toda una misión, pero había empezado bien: dos horas mirando las nubes.
Esa tarde el cielo me regaló una de las más maravillosas puestas de sol que se pueden admirar… y todo desde mi hamaca. Las paredes están sobrevaluadas.
La gran selva tropical de Sudamérica es una de las regiones de mayor riqueza biológica del mundo y yo tenía la suerte de poder vivir la experiencia de atravesarla y disfrutarla desde un punto pasivo, antes de calzarme las botas de agua y adentrarme en ella a pie, y luego en bote, tan solo unos días más tarde.
El atardecer dio paso a un firmamento oscuro y brillante, repleto de estrellas, planetas y la vía láctea. Con un café de sobre recién hecho y una chaquetilla liviana sobre mis hombros me fui hasta la popa. Me puse mis auriculares y le puse banda sonora al momento. Lo ameritaba.
Al rato se acercó Manón, la chica francesa, y nos pusimos a intentar dilucidar si el punto más brillante del cielo era un avión (que lo descartamos cuando pasaron 10 minutos y seguía en exactamente la misma posición), si era un planeta, una torre en la lejanía, una estrella explotando (ninguna de las dos teníamos suficiente conocimiento sobre los astros como para dar un argumento convincente al respecto).
Luego se unió a nuestro debate Dave, el inglés. Él tenía menos idea que nosotras, pero para él era Mercurio o Venus. Como no sabíamos nada de constelaciones, decidimos inventarnos algunas y encontrar formas en el cielo. Posiblemente estuvimos allí unas 3 horas, jugando a ser exploradores del espacio.
Los días siguientes fueron muy parecidos al primero: 5.30am las fuertes campanadas desde la plataforma inferior me despertaban; hacía cola para que me sirvieran el desayuno. Luego una ducha con agua de río.
El resto de la mañana charlaba con mis compañeros o con curiosos locales, siempre mujeres, que se animaban a subir a la segunda plataforma y se sentaban con nosotros a preguntarnos de todo: desde nuestro nombre, edad y nacionalidad hasta saber por qué viajábamos, de dónde sacábamos el dinero, si estábamos casadas o dónde vivían nuestros padres. Era una curiosidad atolondrada, pero formulaban una pregunta a la vez y ralamente estaban interesadas en las respuestas.
Nosotras estábamos tan interesadas por su vida como ellas por la nuestra. Milagros, una de las jóvenes peruanas que subió una tarde a charlar con Manón y conmigo -las únicas que hablábamos castellano entre los extranjeros- nos contó que ella hacía ese viaje cada 3 meses para ir a visitar a su familia, porque ella se había ido a trabajar a Tarapoto.
María, una mujer de 29 años con 2 hijos, nos contó que ella hacía ese viaje 1 o 2 veces al mes para buscar provisiones para llevar a su pueblo, ubicado 6 horas más allá de Iquitos.
La amiga de María, Rosa, nos contó que ella se había ido a vivir a Lima y que hacía varios años que no veía a su familia y que en esta ocasión iba porque sus hijas ya estaban grandes y ella disponía de tiempo. Carmen, una mujer ya mayor dijo que llevaba productos para vender y que hacía ese viaje dos veces al mes.
Lo que para algunos era un viaje cotidiano a su casa o por trabajo, para mi era una de las experiencias más bonitas de mi vida. Cada atardecer me sentía plena, alegre y feliz. No podía -ni quería- desdibujar la sonrisa de mi cara. Al anochecer el aire fresco me acariciaba la cara y yo me sentía viva.
Tenía la posibilidad de ver las estrellas por horas sin siquiera notar que la humedad me volvía pegajosa como caramelo chupado, que el viento fresco me erizaba la piel o los mosquitos se estaban dando un verdadero festín en mis piernas.
La segunda noche la luna creciente tenía una extraordinaria y mágica aureola alrededor que creó un ambiente místico. Seguramente aquí es donde nacen las leyendas, pensé sin dejar de contemplar el cielo. El paisaje amazónico ofrecía todos los ingredientes para hacerte sentir poderosa y pequeña a la vez.
El Amazonas es sabio y bloquea las señales de internet. No lo necesitas aquí. La conexión pasa por otro lado. El paseo en barco te obliga a que conectes contigo misma y con la naturaleza. No hay emails, Facebook, Twitter, Instagram, Google, Periscope, Whatsapp, Messenger, Linkedin, Pinterest, Line, Viber, Facetime, Hangouts, Snapchat… y todo eso que a veces nos desconecta.
Luego llegaba el momento de la lectura, hasta que levantaba la vista de las letras para ver pasar los paisajes desde la hamaca, que nunca eran los mismos pero siempre eran hermosos: aves sobrevolando, delfines rosados acompañando el barco, vegetación tupida y el río crecido que solo me dejaba ver las copas de los árboles e imaginar el resto, lo que está sumergido.
Otra vez la campana. Esta vez la de las 12.30h. Había llegado la hora del almuerzo y una vez más hacía cola para recibir mi ración. Después conseguía que me dieran agua caliente para mis cafés de la tarde que guardaba en un termo que me había prestado el canadiense y que bebía en una taza que me había prestado Manón.
La tarde era para contemplar el paisaje, la caída del sol, escuchar música. Pensar y parar los pensamientos. Reflexionar. Descansar. Otra vez la campana. Esta vez la de las 18.30h. La última comida del día.
Las campanadas de la alimentación y las diferentes paradas que el barco realizaba en los pequeños e inundados muelles improvisados a orillas de los ríos eran los acontecimientos más importantes del viaje.
Cada vez que parábamos en un muelle, todos los que estábamos a bordo del carguero -locales y extranjeros- nos buscábamos un sitio en la barandilla y nos deleitábamos viendo cómo decenas de hombres se apresuraban a cargar o descargar mercadería mientras las mujeres subían con comida para vender a los pasajeros. Generalmente el trámite no duraba más de media hora y ya estábamos surcando el río de nuevo.
Ese viaje que tanto temí -por mis paranoias e hipocondría- resultó ser una de las experiencias más enriquecedoras de mi paso por Perú (y me atrevo a decir de Sudamérica).
Este viaje es una de esas experiencias que una no puede evitar recomendar una y otra vez. No tiene comodidades, entendidas éstas como: una cama con sábanas limpias, no tiene paredes, baño privado, televisión, desayuno en la cama, restaurantes…
Pero esas «comodidades» te quitan la posibilidad de adivinar o descubrir formas en las nubes, buscar constelaciones en el cielo, de darte el lujo -en este tiempo tan posmoderno y ocupado- de no hacer nada.
Nada de nada. Imaginadlo por un momento. Yo lo pensé antes de subirme al Gilmer IV y enloquecí. Pero una vez allí, si te lo permites, lo disfrutas tanto que querrás que el viaje dure, al menos, unos días más.
La Amazonía desde mi hamaca:
Magia pura.
Lentitud y calma.
Naturaleza.
Conexión máxima.
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19 comentarios
En diciembre realizaré este viaje desde Yurimaguas hasta Iquitos, los temores y dudas me asaltan, al leerte me alienta a seguir este proyecto de viaje. Un abrazo y muchas gracias.
Hola, Noelia! Para mi fue un viaje sensacional… Ve preparada a tener fechas flexibles, porque el barco tarda lo que tarda en llegar! Pero te recomiendo la experiencia porque es muy bonita!
Hola Vero, tu blog es lo mas! Soy Argentina también, de 33 años, vegetariana como vos y vivo en Barcelona hace casi 10 años. Como para diciembre quiero ir a pasar las fiestas con la familia parto en septiembre a Colombia, Cartagena e iré bajando, pasando por Peru, Bolivia y norte de Chile para llegar justito antes de navidad a Buenos Aires, viaje que quiero hacer hace mil años y por fin lo decidí. Seguramente te ire escribiendo para resolver dudas, pero llevo una semana leyéndote, me encantan tus historias, de verdad no solo me identifico un montón, me ayuda a planificar el viaje, y hace multiplicar mis ganas por mil! gracias gracias gracias!! Saludos y si pasas por Barcelona cualquier cosa que necesites no dudes en contactar. Celeste
Pedazo de viaje, Celeste!!!! Será una aventura épica! Además todos los países que mencionan son tan diferentes y todos son tan increíbles!!! 🙂 Bravo! Además de los posts en los que narro mis aventuras, también tengo la sección de guías de viaje!! 😉 Seguro que te sirven! Y en las próximas semanas ya tendré terminada la guía de viaje completa de Colombia también! 🙂 Un abrazo!!!
Wooou espectacular lo cumpliré próximamente en viajar me encanta esa aventura tan natural… estar en el corazón de la amazonia… Gracias por relatar su experiencia genial…
Estoy averiguando cuanto maso menos debería llevar dinero. 🙂 si puede orientarme por favor gracias.
Hola, Antonny!! El presupuesto dependerá del tipo de viaje que quieras hacer, el tipo de alojamientos donde te quedes, dónde hagas tus comidas diarias, etc. Te dejo aquí la guía de viajes que hice sobre Iquitos para que te hagas una idea de los precios: https://www.sinmapa.net/guia-de-viaje-iquitos/
Un saludo!
amiga, te cuento,con 72 años en esta tierra hermosa que Dios nos dio, el 23-10-2016 emprendo ese mismo viaje,a iquitos, y con todo lo que tu nos cuentas en tu relato,deceo que llegue luego ese dia,amiga que Dios te bendiga y ojala puedas repetir esta aventura. NOS VEMOS EN IQUITOS
Muchas gracias, Juan por pasarte por aquí y por las lindas palabras! Espero que disfrutes mucho de Iquitos!!! Un fuerte abrazo 🙂
Hola, qué bonito describes tus emociones desde antes de partir en esta aventura amazónica y también los lugares. ¿Tienes el teléfono de la empresa de transportes de los Eduardos i y II o del barco que tú abordaste? te lo agradeceré.
Hola, Zoila! Lamentablemente no tengo ni su teléfono ni correo de contacto… yo estuve varios días buscando información sobre estos barcos antes de viajar y no encontré nada! Cuando le preguntaba a los locales me decían que simplemente había que acercarse al puerto para información 🙁 Si quieres hacer el mismo viaje te recomiendo que no vayas a Iquitos con los días justos. La empresa Eduardos tiene varios barcos, así que siempre pillarás uno, aunque a veces retrasan las salidas uno o dos días, porque depende de la carga. Si eso te llega a ocurrir, por lo general te dejan dormir en el barco aunque esté en puerto. Un saludo!
Disfruté mucho esta lectura, el paisaje entero, la desconexión, la hamaca -tan necesaria en mi vida- la preocupación inicial. Recordé el libro de Javier Reverte «El río de la desolación», también por esos parajes. Un abrazo.
Muchas gracias por tus palabras!! No he leído aún el libro de Javier Reverte que mencionas, pero sin duda lo leeré 😉
Un saludo!
realmente hermoso para aquellos que apreciamos lo simple de la vida, que es el lugar por donde devemos pasarla. muy buena experiencia gracias por compartir. en año y medio me largare a vivir de viaje. me gusto mucho tu relato asi que ya lo agende para ir ,espectacular . DIOS te bendiga y cuide
Muchas gracias por tus palabras y muchos éxitos en tu próximo viaje!!! Si precisas más información para organizar tu viaje no dejes de leer el post sobre «planificar un viaje»
Un saludo.
Estoy deseando decir adiós a las «comodidades» para poder disfrutar todo aquello!!
Yara, es muy recomendable este viaje!!! Si puedes hacerlo, no pierdas la oportunidad. Un saludo!
mantengo mi mente positiva pensando qué lo haré!
Espero y deseo que tu sigas viajando todo lo que puedas y más!!
un saludo!
Muy interesante el trayecto. Me lo apunto.
Genial, Gustavo! En unos días ya publico la «guía de viaje de Iquitos» donde encontrarás más información práctica sobre la ciudad en el corazón del amazonas! 😉 Un saludo