Actualizado el 25 abril 2020 por Sinmapa
Llevo un tiempo con ganas de hacer mi mochila para salir a explorar alguna parte del mundo, sin billete de regreso. Sin tiempo límite. Sin prisas, aunque con pausas porque, como muchos de vosotros sabréis, viajar puede llegar a ser agotador.
Quería elegir una zona del planeta y dirigirme a ella sin necesidad de mirar el reloj, el calendario… y ni siquiera mirar atrás, porque la vida está en el hoy y, ojalá, en el mañana. Pero esta vez no fue posible. Me fui de vacaciones: 7 días a Málaga y 6 días a Tenerife. Los 8 días restantes los pasé en Madrid, ciudad en la que actualmente resido.
Quería viajar, pero me fui de vacaciones. No es una queja, es una reflexión con un deje de melancolía. ¿Saben qué es lo interesante -y raro a la vez- de todo esto? Que durante las 6 noches que pasé en Tenerife soñé con mis viajes anteriores.
Soñé con mi primer gran viaje, un recorrido por parte de la costa este de USA, Europa y parte del norte de África cuando tenía tan solo 21 añitos y dejé atrás mi Buenos Aires natal.
También soñé con mi último gran viaje: seis meses por el Sudeste Asiático, una experiencia de la cual aprendí mucho: del mundo y de mi. Supongo que mi mente se consolaba viviendo -o reviviendo- viajes en ese «mundo paralelo en donde todo es posible» llamado: sueños.
Mi intención no es desmerecer los destinos a los que fui de vacaciones, y mucho menos el tiempo libre, siempre bienvenido y necesario para el espíritu y la mente. A Málaga fui a visitar a mi familia, a quien veo muy poco y aprovecho cuando vienen a Andalucía, desde Argentina, para pasar unos días con ellos. A Tenerife viajé porque necesitaba un tiempo a solas frente al mar y encontré una excelente oferta de último momento en uno de estos buscadores online tan de moda.
No quisiera caer en la dicotomía tan discutida últimamente en blogs, periódicos, debates y tertulias: sobre ser «turista» o ser «viajero». Quiero hablar acerca de la experiencia de «viajar» y la experiencia de «irse de vacaciones». La diferencia es tan abismal, que a veces creo que ni siquiera deberían ser consideradas 2 caras de una misma moneda.
Sería como querer comparar «peces con cemento» o «café con lámparas». ¡Exacto! No tienen nada que ver. Lo mismo siento al tener que comparar la experiencia de viajar con la experiencia de las vacaciones. Pero una amiga me preguntó ayer: ¿Qué tal tu viaje? y yo, totalmente descolocada con su pregunta, respondí sin pensar: – «no me he ido de viaje, me fui de vacaciones». Su cara de desconcierto me inspiró a escribir este post.
El año calendario tiene 365 días. Para muchos mortales, occidentales y, últimamente españoles con suerte, eso significa 255 días hábiles (de trabajo) al año, para algunos más y para otros menos. Eso es el equivalente a 2.220 horas de trabajo o 3.060 horas en el trabajo (horas de comida y transporte incluidos aproximadamente). Eso es mucho tiempo de nuestra vida, en especial si no estás trabajando de lo que realmente te apasiona o de la forma en la que quisieras hacerlo -en mi caso, siempre deseé ser freelance.
De aquí que se pueda deducir que, tarde o temprano necesitaremos esas 2 o 3 semanas de «vacaciones» al año. Un tiempo en el cual debemos concentrar: «descanso, diversión, desconexión, reencuentro con familiares y amigos, trámites que en el día a día no podemos realizar por falta de tiempo, recorrer alguna ciudad o país que queramos descubrir, remodelar la casa, limpiar el trastero, y un largo etcétera».
Pero esto es simplemente «miel en los labios», este elixir tiene una fecha de caducidad: el día de regreso al trabajo. Hagamos lo que hagamos en esas 2 o 3 semanas, inconscientemente sabemos que el tiempo pasará a la velocidad de la luz y ese día señalado en el calendario con un círculo rojo está a la vuelta de la esquina. La sensación durante esos días no es de libertad al 100%.
La sensación es la que seguramente debe sentir un perro encadenado a un poste cuando, de repente, le alargan la correa 2 metros. Luego de esas 2 o 3 semanas una vuelve a la oficina y su encorsetado horario de 9 a 19h, vuelve a las clases de yoga de los miércoles, el dentista el primer martes de septiembre, la compra en el súper, la lavadora de los sábados y la siesta en el sofá el domingo.
Variante arriba o variante abajo, volvemos a la rutina. Una rutina que es necesaria para que no se haga tediosa e insoportable la vida… pero quien ha probado un viaje, sabe que es necesario romperla en algún momento. Y no hablo de cambiar de ruta para ir al trabajo. No hablo de pasar la clase de yoga de los miércoles a los sábados por la mañana. Hablo de una ruptura vertical y transversal.
El cuerpo lo pide y la mente lo exige. ¿Acaso no es este el yugo del viajante? Una vez que lo pruebas, no hay vuelta atrás. Necesitarás esa dosis de por vida… y quizá hacer de ello tu medio de subsistencia no sea una mala idea.
De vacaciones tienes que conjugar las ganas de conocer con las ganas y necesidad de descansar. Por ejemplo, en Tenerife yo quería descansar y no tanto conocer. Mi cerebro estaba evidentemente en modo: vacaciones. Simplemente quería conocer parte de la zona en la que estaba, quizá moverme a algún pueblo cercano, pero mayoritariamente quería descansar, pasar mi día en la playa, en el paseo marítimo… o en la piscina del hotel.
Quería hacer las dos cosas: conocer una parte de Tenerife, pero no sentí la necesidad de recorrer, ni de conocer gente. Mi trabajo requiere estar rodeada de gente todo el día, hablar con unos y otros… y las vacaciones las quería justamente para desconectar, no hablar con nadie, quería estar sola conmigo misma, escuchar mis pensamientos, cosa que en la ciudad no tengo la ocasión.
Siempre comparo las vacaciones con una piscina con vistas al océano o al mar y el viajar con un océano abierto. Cuando te lanzas a una piscina (en cualquiera que sea tu estilo: de cabeza, bomba, de culo, de espalda….), sabes dónde están los límites de tu nado: el borde de la piscina.
Tampoco hay sorpresas ni sobresaltos. Sabes que tienes x cantidad de metros para nadar y al llegar al borde debes dar la vuelta o salir de ella. Pero peor que una piscina, es una piscina con vistas al mar (imagen de la derecha). Puedes ver la inmensidad y libertad del mar, pero el espacio en el que tú nadas y chapoteas tiene «muros». En cambio, cuando te lanzas al océano… no hay límites y está repleto de sorpresas.
En esto radica principalmente la diferencia entre «la experiencia vacacional» y «la experiencia de viaje»: cuando uno se va de viaje, por lo general deja atrás cualquier resquicio de «rutina» y parte de su destino con una mente abierta a todas las posibilidades que el mundo y el universo le brinden, sin prisas.
Un viaje no es una cuestión de distancias, puedes irte de viaje por tu propio país o países vecinos… pero la clave está en el corte radical y extremo con tu vida hasta ese momento. Implica dejarlo todo y dejarte tentar por los misterios que el futuro te deparará.
Implica una actitud que en si misma emite libertad y un «empoderamiento», porque la sensación es que «todo es posible» y que estás al mando de las riendas de tu vida: ni tu jefe, ni tu compañero de oficina, ni tu profesor de inglés ni tu casero… tú y solamente tú tienes las riendas.
Hablando con un veterano viajero hace unos meses atrás me comentó que la diferencia entre «vacaciones» y «estar de viaje» es la compañía: para él, viajar implica inexorablemente hacerlo solo.
Me comentaba su teoría de que si viajas con amigos o familiares, siempre tendrás puestas las «gafas de tu realidad», en cambio si viajas solo y te buscas compañeros de viaje por el camino, siempre verás la realidad desde diferentes puntos de vistas a la vez: el tuyo, el de tu compañero o compañeros de viaje, el de la gente local con quienes hables… pero tu mirada se enriquecerá indefectiblemente por tu situación de «solo traveler«.
Puede ser discutible este último punto, pero durante mis días a solas en Tenerife, me he dado cuenta que «irse sola» no es «EL» requisito, es uno de los muchos requisitos quizá para ser un viajero.
De todas maneras, esto no es mas que una mera opinión y reflexión sobre mi situación actual y quería compartirla con vosotros.
Yo quería irme de viaje, pero me fui de vacaciones…
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3 comentarios
Vero, hace tiempo que llevo leyendo tus posts y siguiendo tus viajes y quiero decirte que eres toda una inspiracion para mi. Este post en particular me ha llegado al alma. Me ha encantado la analogia que haces comparando ir de vacaciones con nadar en una piscina mientras que viajar es como nadar en el mar. Me siento totalmente identificada con eso que dices de que una vez que viajas ya no hay marcha atras. He seguido con interes tu viaje a Sudamerica ya que en 2014 hice mi primer gran viaje por esa parte maravillosa del mundo y me ha traido muchos recuerdos. Yo tambien tengo unas ganas tremendas de viajar de nuevo pero por circumstancias de la vida me voy a ir de vacaciones primero a Croacia y despues a mi Asturias natal. No sabia que eras de Bs As! Me quede totalmente enamorada de tu ciudad y tengo unas ganas terribles de volver. Tu o deberia decir vos que viajas tanto, the has quedado totalmente enamorada de algun lugar al que sepas que quieres volver? Siempre se vuelve a Buenos Aires como dice la cancion no?
Hola, Beatriz! Muchas gracias por pasarte por mi web y por tus lindas palabras! 🙂 A Buenos Aires siempre vuelvo… imposible no hacerlo! No solo porque gran parte de mi familia aún vive allí, al igual que mis grandes amigas del alma… también porque es parte de mi vida, de mi esencia (y tiene los mejores churros con dulce de leche, pizza y tartas del mundo!)!
A pesar de que intento siempre no repetir destinos, hay algunos a los que regresaría sin dudarlo como son: Myanmar, Filipinas, Italia, Brasil y Perú! 🙂
Un saludo y disfruta mucho Croacia… es uno de mis países pendientes!!!!
Que lindo!
Si te vuelves a pasar por Londres me encantaria tomar in cafe contigo. Muchos saludos y felices viajes.
Bea