Actualizado el 24 agosto 2020 por Sinmapa
Sin su madre o padre a la vista, está sola en un universo completamente nuevo. Su instinto le dice lo que tiene que hacer: “correr”. Aunque no conoce el mar ni sabe bien lo que es, presiente que esa es su meta. Golpea con fuerza sus aletas en la arena para impulsarse hacia la orilla. Y a pesar de que no entiende de depredadores, intuye el peligro.
Golpe tras golpe se va arrastrando a toda velocidad sorteando los inmensos obstáculos que hay en su camino: un montículo de arena, una hoja seca de árbol, una piedrita. Las huellas de esa maratónica lucha por la supervivencia quedan grabadas en la arena como un rosario hundido de esfuerzo.
La certeza de que el sacrificio no ha sido en vano llega al sentir la huemdad bajo las aletas. Está cerca aunque agotada, pero quizá por eso se impulsa con más ahínco hasta que la ola la arrastra mar adentro y desaparece de mi vista.
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Hay una ecuación poderosa para asegurarte unos instantes de felicidad absoluta: saber que lo que estás haciendo está a punto de acabar y estar cumpliendo un sueño. Todo a la vez. Llevaba tres meses recorriendo centroamérica buscando la oportunidad de presenciar el desove de tortugas y de ver y/o ayudar a tortugas bebes llegar al mar para contiunar la especie.
No forcé nada en el camino, simplemente era un sueño que tenía y deseaba con todo mi corazón pero a medida que avanzaba desde el sur de Panamá hasta el centro de Nicaragua -pasando por Costa Rica– parecía que todo intento estaba destinado a fracasar. Por algún motivo justo cuando yo llegaba a una zona ya no había tortugas desovando o aún no era época de eclosión de huevos.
– “Espere aquí unas semanas y ya nacen las tortuguitas”
– “No tengo unas semanas para estar aquí, sólo unos días”
– “Usted se lo pierde entonces”
Esta decepcionante conversación la mantuve varias veces a lo largo del camino. Entraba ya en la última semana de mi viaje y casi no me quedaban esperanzas. Pero cuando una pide fuerte al universo, este escucha y provee.
La cuenta regresiva había comenzado. Me quedaban 5 días de viaje y estaba en León, pero mi idea era pasar esos últimos días junto al mar, por lo que decidí ir a alguna de las poblaciones cerquita a la ciudad colonial.
Buscando un hotel en la zona de Poneloya y Peñitas –costa Pacífica- me llamó mucho la atención uno en concreto que estaba completamente aislado de la ciudad, en lo que parecía una enorme playa desierta por la zona llamada“Los Brasiles”.
Se trataba de un hotel ecológico, recomendado por grandes medios como National Geographic, BBC Travel o Lonely Planet. ¿Cuál era su principal atractivo además de ser ecológico y sustentable?
Que ellos rescataban huevos de tortugas y los incubaban hasta el nacimiento de las tortuguitas, a quienes ayudaban luego a llegar al mar. Era obvio que esa era mi última oportunidad para presenciar este milagro de la naturaleza. No lo dudé y me fui al Surfing Turtle Lodge.
Dejé León atrás muy temprano por la mañana. El bus destartalado y absolutamente abarrotado de locales que iban a pasar el día a la playa me dejó en poco más de media hora en una pequeña localidad costera llamada “Las Peñitas”.
El arenal era enorme y estaba casi desierto. En primera línea de playa había varios hostales y el ritmo era tranquilo. Decidí tomarme un café en uno de ellos y dejar que el mar me hablara. También le pedí un deseo: ver nacer tortuguitas.
Un tiempo después continué mi camino por la carretera principal hasta el final de la misma, donde hay unos pocos restaurantes y las embarcaciones que cruzan el río Telica hasta la zona desde donde comenzaba mi caminata de 10 o 15 minutos por tierra hasta el ecolodge.
Los árboles me brindaban sombra y el silencio era absoluto. Caminé lentamente, disfrutando cada paso que me alejaba de la civilización. De repente el cartel que buscaba: Welcome to Surfing Turtle.
El ecolodge ocupa una parcela bastante grande, con una zona de acampada, varias edificaciones bajas con la zona de hostal, algunas cabañas, y la gran zona común al aire libre para comer, tomar algo o pasar el rato.
A varios metros de allí, una cancha para jugar voleibol-playa y una especie de contrucción completamente abierta de dos plantas donde, en la parte de abajo se sirven copas y se pone música y en la parte de arriba se realizan clases de yoga durante el día y se cuelgan hamacas para dormir por la noche.
Todo esto frente a la playa que está completamente vacía -y que luego comprobé que me regalaría los mejores atardeceres-.
Pero lo que a mi me llamó la atención fue el “refugio” de tortugas. Una pequeña parcela cerrada con una especie de red en la que cada pocos centímetros había un cartel con algunas anotaciones cifradas y una fecha.
Se acercó un chico y me preguntó si ya había liberado tortugas y le dije que aún no, pero que estaba allí para ello. Sólo tenía un par de noche, así que cruzaba los dedos. Nadie puede garantizar qué día naceran esas tortuguitas pero yo tenía esperanza.
Cayó la noche y no había noticias de las tortugas. Aproveché para charlar con algunos de los voluntarios para que me contaran un poco más sobre este tema. A estas playas vienen a desovar tres tipos de tortugas marinas: laúd, verde y olivácea o golfina. Estas especies, al igual que la mayoría, están en un grave peligro de extinción.
Si pensáis que es porque los peces, cangrejos y otros depredadores se las comen estáis equivocados. El mayor enemigo de las tortugas somos nosotros, los humanos.
Y tras más de 200 millones de años de existencia –si, las tortugas marinas son de las especies animales más antiguas que habitan nuestro planeta-, nuestra necedad, descuido, negligencia y ¿estupidez? está a punto de erradicarlas por completo –a menos que hagamos algo al respecto-.
¿Por qué matamos tortugas? De forma indirecta con nuestra basura –sobre todo plásticos-. De forma directa y consciente para comernos su carne, para comernos los huevos que con tanto esfuerzo ponen las mamás tortugas en la arena y para hacer peines y otros objetos con su caparazón… **suspiro de frustración**.
En Nicaragua la combinación de que que los huevos de tortuga se consideran una delicatesen y que hay mucha pobreza es lo que las está llevando casi a la extinción. Los recolectores furtivos salen todas las noches y roban los huevos que luego venden a restaurantes de la zona para ganarse la vida. Los que no logran vender los rompen o los tiran al mar.
El voluntario con el que hablo me cuenta que según la especie, las mamás tortugas ponen unos 100 huevos que tardan entre 45 y 75 días en eclosionar y que el sexo de las tortuguitas lo determinará la temperatura de la arena. Si la temperatura es alta nacerán hembras y si la temperatura es baja nacerán machos.
Cuando rompen el cascarón, sacan su cabeza fuera y esperan al anochecer para ir al mar –como muy tarde salen al alba-. Se cree que de cada 1.000 tortuguitas que nacen, sólo una llegará a la madrurez.
Sobre la medianoche llegó la voz de alerta que tanto había esperado. Vino un voluntario al área común y nos contó a todos los presentes que acababan de nacer tortugas y que las iban a liberar.
Nos dieron instrucciones precisas: nada de linternas, estaba prohibido hacer fotos con flash, no se podían hacer movimientos bruscos ni hablar. Había que respetar el lugar y el momento en el que estábamos. Yo le pedí al chico llevar la caja con las tortugas hasta la playa.
El chico dibujó dos líneas paralelas de unos 5 o 6 metros, como un estrecho pasillo de arena que finalizaba en el mar- y pidió que nadie las cruzara. Al final de esas líneas me coloqué yo con la caja y con mucha suavidad la apoyé y la incliné un poco para que las tortugas se deslizaran hasta la arena.
La luz de la luna reflejada en el mar guiaría su camino. Con lágrimas en los ojos vi como unas 50 tortuguitas se arrastraron hasta perderse en el inmenso Pacífico. El contexto quizá era un poco artificial, pero la magia estaba allí.
A la mañana siguiente amanecí muy pronto –algo raro en mi- y tras mi cafecito matutino que me devuelve a la vida decidí alejarme de la zona del hostal y sentarme sola en la playa. Me di un baño o quizá dos.
Y justo cuando iba a comenzar a leer el último capítulo del libro que había tomado prestado del hotel, vi a uno de los voluntarios atravesar unos arbustos cargando una caja plástica en sus manos. Vi cómo avanzaba sigiloso hacia el mar y en su escapada comprobó que los jóvenes que charlaban cerca no se habían percatado de su salida de la zona de incubación de huevos.
Corrí por la playa desierta los casi 100 metros que me separaban de él y ahí, juntos, liberamos más de 20 tortugas recién nacidas. Esta vez fue diferente a la experiencia de la noche anterior. Fue más íntima, fue más cercana y más real. Lloré de emoción al ver el universo entero obrar su magia a través de esos pequeños bichitos de color negro opaco que luchaban instintivamente por llegar al Pacífico.
Lloré de tristeza al ver que muchas de ellas perdían la batalla y quedaban a mitad de camino, extenuadas y pegadas a la arena húmeda a escasos centímetros de la libertad y de la vida. “Aunque las hubiéramos puesto directamente en el mar, estaban demasiado débiles y no hubieran sobrevivido. Así es la vida. Al menos hemos logrado que muchas de ellas alcanzaran su objetivo: el mar”, intentó consolarme.
La felicidad se arrastra y deja huellas en la arena que se pierden en la orilla. La felicidad es aprender una gran lección de lucha y determinación de un ser pequeño, débil e inofensivo. La felicidad es la esperanza de que al menos alguna de esas 70 tortuguitas llegue a la edad adulta y regrese, algún día, a desovar en esta playa.
La felicidad es saber que estás siendo testigo de un momento mágico de la naturaleza, de la que eres parte, pero a veces te olvidas. La felicidad es tener el privilegio de cumplir un sueño. Y yo me siento una privilegiada.
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6 comentarios
Que fenómeno tan bonito, me encantan los animales y me gusta mucho que se les ayude de esta manera :).
Gracias, Antonio! La verdad es que fue una experiencia muy emocionante!!
Hola, he estado buscando esto un tiempo y por fin he podido despejar las dudas, gracias
Gracias, Roberto!
En que epoca del año y que mes exactamente?
De julio a diciembre habitualmente. Un abrazo!